La frialdad de tu mirada me cautiva.
Me transporta a otros mundos donde la perfección se confunde con tus ojos, donde el brillo de tu cara se funde con tu alma.
Ahí estás tu, tan grande como débil.
Tan fría como altiva.
Tan maravillosa como deshecha.
Te derrumbas sobre tus propios pensamientos.
No eres más que parte del viento, un soplido del mar con olor a sal.
Ahí te veo, sentada en la orilla, esperando el abrazo de una ola, soñando con otros lugares.
Sobre las conchas de la arena caminas sin destino.
Al fondo, el horizonte desconocido, donde sólo tu puedes llegar.
Nadie te espera allí. Estarás sola, con la eterna mirada de tus propios sentimientos.
Esos que te observan continuamente, los que te aportan luz y tinieblas.
Los que te abrazan y te asfixian.
Ahí sigues, desahuciada, olvidada, pero segura de tu destino.