En la habitación, la oscuridad se apodera de todo,
de mi aliento y tus suspiros, de tu rápido sueño y mi constante insomnio.
Los dos, hundidos en la cama por el sofocante calor.
De repente, una tenue luz me despierta del pensamiento e ilumina tu rostro dormido, extenuado e inexpresivo.
Y es entonces cuando me pregunto por la capacidad de abrazar a un desconocido, de acariciar una espalda extraña o de besar unos labios anónimos.
Pero en ese momento abres los ojos y parece que se ilumina el resto de la habitación.
Y dejo de pensar en los abrazos desconocidos, en la espalda extraña y en los labios anónimos
mientras te abrazo, te beso y recorro tu espalda al ritmo de las pulsaciones en las yemas de mis dedos.
"¿Dónde resides amor, o como te hagas llamar?", sigue mi pensamiento.
Y sólo hallo la respuesta en la curva de tu espalda, en la impertinencia de tus labios y en la calidez de tu abrazo.
Y cuando creo que lo mejor será que todo quede en una noche de desenfreno me vuelves a atrapar con tu sonrisa, confundiéndose mi deseo en el brillo de tus dientes y en la ceguera de mis sentimientos.