Hacía tiempo que no sabía nada de ella,
pero al cruzar su mirada la reconocí.
Sole estaba más exuberante que nunca,
y sus pechos desviaban la atención de un rostro ajado por el paso de los años
y prostituido no sé si por necesidad o por placer.
Ella también me reconoció, se acercó a mí y me preguntó cómo estaba.
Hace tantas mujeres que no te veo que había olvidado el tono dulce y sereno de tu voz, respondí.
El otoño amagaba su llegada con la caída de las primeras hojas de los arboles y el olor de un reencuentro inesperado.
Nuestros cuerpos con sabor a whisky brindaron por el tiempo perdido.
Después ella se fue sin pedir a cambio nada más que una sonrisa y un hasta siempre.
Al cerrar la puerta pensé que nada había cambiado desde la primera vez que la vi.
Seguía siendo Soledad, la puta Soledad.
Louis Janmot, El poema del alma
Hace 1 semana
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