martes, 9 de septiembre de 2008

Soledad

Hacía tiempo que no sabía nada de ella,
pero al cruzar su mirada la reconocí.
Sole estaba más exuberante que nunca,
y sus pechos desviaban la atención de un rostro ajado por el paso de los años
y prostituido no sé si por necesidad o por placer.
Ella también me reconoció, se acercó a mí y me preguntó cómo estaba.
Hace tantas mujeres que no te veo que había olvidado el tono dulce y sereno de tu voz, respondí.
El otoño amagaba su llegada con la caída de las primeras hojas de los arboles y el olor de un reencuentro inesperado.
Nuestros cuerpos con sabor a whisky brindaron por el tiempo perdido.
Después ella se fue sin pedir a cambio nada más que una sonrisa y un hasta siempre.
Al cerrar la puerta pensé que nada había cambiado desde la primera vez que la vi.
Seguía siendo Soledad, la puta Soledad.

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