lunes, 2 de marzo de 2009

Leolo


A tí la dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú, que atormentas mis noches, cuando no sé que camino de mi vida tomar. Te he pagado cien veces mi deuda.

De las brasas del ensueño, solo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tu misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad.


Leolo, 1992.

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