jueves, 15 de enero de 2009

La extraña noche.

Una brisa polar acariciaba su cara,
y el humo de un cigarro apenas le permitía ver más allá de sus propios pensamientos.
Era tarde, una de esas horas intempestivas que anunciaban que la noche se estaba alargando en exceso.
Juan pasó bajo la ventana.
Andrés, observando tras la cortina de humo, le vio pasar.
Sintió cada una de las pisadas que daba,
cargadas de una melancolía propia del paso de los años en aquel que va a la deriva por los mares de la vida.
La ceniza caía desde el piso alto, como el confeti en una actuación estelar.
Mientras la luna despedía con una sonrisa gélida y cómplice esa noche extraña, en la que todo ocurrió por azar, como la caída de una pieza hace caer a las demás en el dominó.
Así llegó Juan a la casa, sin haber cruzado esa mirada triste que le esperaba en las alturas, sin embriagarse del olor de ese humo solitario, evanescente que se deslizaba al son que marcaban las cenizas al caer. Sin sentir que otra soledad le esperaba para ser compartida hasta el límite de los cuerpos.
Sin saber que en esa mirada se encontraba el desenlace perfecto de aquella extraña noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

guau!...