sábado, 30 de agosto de 2008

Amor, odio, necesidad.

Cuando te odio y te amo a la vez,
cuando te conviertes en pura necesidad,
cuando no eres más que un maniquí para mi cobardía,
ahí es cuando me pierdo.
Falsa necesidad aplastante,
adjetivo manido en mi boca,
necesidad de dar un corte, como en los buenos asesinatos.

El cuchillo ensangrentado estaba sobre la mesa,
la respiración entrecortada y la mirada perdida.
No pude hacer otra cosa. Me vino así, sin avisar.
Y no me refiero a ella. La pobre es una víctima más.
Me refiero a ese bicho que llevo dentro y que actúa cuando menos lo espero.
Y ya no hay marcha atrás. El asesinato está cometido.
Me dirijo a la cárcel con las manos ensangrentadas entre esposas.
Y allí, en ese tugurio, intentaré purgar la culpa, como si de una anciana en una iglesia se tratase.

La policía me interrogó por el crimen.
Fue un golpe seco, no sufrió, contesté.
Una muerte necesaria, por cuestión de salud.
Y fue por todas esas palabras que no dijimos,
esas horas silenciosas en las que el ruido de los cubiertos contra la vajilla era nuestra única conversación.

El comisario me preguntó si la amaba. Mi respuesta fue clara:
No, pero la necesitaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bueno¡¡¡ Qué real¡¡¡ Qué sincero¡¡¡
Me ha gustado mucho, valiente.

Esperanza